viernes, 6 de enero de 2017

Despedida a Emilio Renzi

     Con toda reticencia la literatura ha sabido, por medio de la muerte de sus obreros, ensalzar su propia vida. 

La literatura ha tomado a otro de ellos, esta vez: Ricardo Piglia. Recuerdo que oí sus clases, en mi desesperación por comprender a Borges, en un canal argentino. Estaba sugermigo en la búsqueda de audios y conferencias sobre  Borges. Al dar con Piglia, me detuve; desde luego, había oído resonante su nombre en la Universidad. Mientras escuchaba, admiraba el dominio y la precisión de su lectura Borgeana; tenía sobrado conocimiento histórico de la literatura del siglo XX y manejaba con gran soltura los recovecos del Borges lector-escritor. Con esto y mucho más, transmitía una dosificante adicción por la literatura. Un hervor de manías fetiches impregnaban sus gestos, acentos y sentencias magistrales, dejando en evidencia, que no daba una clase con ritmos bizantinos, sino, por el contrario, compartía cordialmente un discurso con sus amigos.  

Tengo en la memoria, ahora como lector Nombre Falso -por tomar mi primera lectura de su obra. En este libro de cuentos, pude notar que era un escritor que sorteaba con los estilos, tanto, como el manejo de las cartas. Sin duda, captó mi atención porque cada cuento tenía un registro propio; como diría Piglia, trabaja su propia cuestión, dejando al margen  una  narración que se explaya de forma contextual. De esta manera, sin más, mi experiencia como lector empezó a detenerse en el maestro de Adrogué, en su obra y en sus clases.

Hoy inicio este blog, el día de su muerte; tan solo espero, que así como algunos escritores bendijeron a otros en nombre de Nabokov, este día, Ricardo Piglia, bendiga a otros...

¡Gracias,  Emilio Renzi!